El Romanticismo es un movimiento cultural y político originado en Alemania y en el Reino Unido a finales del siglo XVIII como una reacción revolucionaria contra el racionalismo de la Ilustración y el Clasicismo, confiriendo prioridad a los sentimientos. Su característica fundamental es la ruptura con la tradición clasicista basada en un conjunto de reglas estereotipadas. La libertad auténtica es su búsqueda constante, por eso es que su rasgo revolucionario es incuestionable. Debido a que el romanticismo es una manera de sentir y concebir la naturaleza, la vida y al hombre mismo es que se presenta de manera distinta y particular en cada país donde se desarrolla; incluso dentro de una misma nación se desarrollan distintas tendencias proyectándose también en todas las artes.
Se desarrolló fundamentalmente en la primera mitad del siglo XIX, extendiéndose desde Inglaterra a Alemania hasta llegar a países como Francia, Italia, Argentina, España, México, etc. Su vertiente literaria se fragmentaría posteriormente en diversas corrientes, como el Parnasianismo, el Simbolismo, el Decadentismo o el Prerrafaelismo, reunidas en la denominación general de Postromanticismo, una derivación del cual fue el llamado Modernismo hispanoamericano. Tuvo fundamentales aportes en los campos de la literatura, el arte y la música. Posteriormente, una de las corrientes vanguardistas del siglo XX, el Surrealismo, llevó al extremo los postulados románticos de la exaltación del yo.
Arquitectura
Durante la época del segundo Imperio aparecen en Francia nuevas tendencias arquitectónicas, que intentan recuperar las formas clásicas y la estética medieval. Nacen, así, los historicismos, que rememoran lo antiguo, un poco, imitándolo. Esta es la época de las grandes reformas urbanísticas de París, con Georges Eugène HaussmannPronunciado /yorchs euyén hausman/ con hache aspirada como principal arquitecto. Los edificios se debaten entre el neoclasicismo imperante y el gusto por lo medieval que llega de Inglaterra, formando el eclecticismo.
Francia
En Francia está la arquitectura de la nueva burguesía enriquecida durante la revolución. Es la Francia de la industria y los transportes, con el tren como principal símbolo de modernidad.
Charles Garnier (1825-1868) es el principal arquitecto de la época. Construye la Ópera de París, máximo exponente de la burguesía francesa. Garnier conjuga elementos arquitectónicos heterogéneos en los que mezcla lo fantasioso y lo opulento del gusto burgués y un medievalismo comparable al inglés en su variedad, como en la iglesia gótica de París.
Eugène Emmanuel Viollet-le-DucPronunciado /euyén emmanuel violet le duc/ (1814-1879) es uno de los arquitectos más importantes del siglo XX, sobre todo gracias a sus estudios de la arquitectura medieval. Es un gran divulgador, que escribe varios libros como el Diccionario razonado de la arquitectura francesa en la Edad Media, el Diccionario del mobiliario y otros aspectos de la arquitectura medieval o La arquitectura. Más que un constructor es un restaurador de monumentos. Restaura la catedral de Notre-DamePronunciado /notre dam/ de París y la catedral de Reims.
Otros arquitectos franceses son Franz Chrístian GauPronunciado /crístian go/, más medievalista: iglesia de Santa Clotilde, y Paul AbadiePronunciado /pol abadí/: Ayuntamiento de Angulema, Santa María de la Bastida en Burdeos.
Inglaterra
En Inglaterra el clasicismo romántico se centra en la exaltación de la Edad Media. Los críticos JohnPronunciado /yon/ Ruskin (1819-1900), WilliamPronunciado /güíliam/ Morris (1834-1896) y EdwardPronunciado /éduard/ Pugin (1834-1875) tienen una repercusión universal. Ellos son los tres grandes historicistas del momento, pero cada uno tiene diferentes concepciones del hombre, que se reflejan en diferentes estilos arquitectónicos. El historicismo inglés gusta de los ambientes exóticos y salvajes de espíritu romántico. Son típicos los palacetes y los kioscos en los parques ingleses. De los tres sólo Pugin construye: iglesias de San OswaldPronunciado /ósvald/ en LiverpoolPronunciado /líverpul/ y San WifredoPronunciado /vifredo/.
Otro gran arquitecto es Charles Barry (1795-1860), que construye el Parlamento de Londres con un estilo totalmente gótico, neogótico. La arquitectura hace continuas referencias a los monumentos autóctonos en busca de una arquitectura nacional.
España
En España la búsqueda de una arquitectura nacional lleva a la tesis, en las teorías del momento, de que hay que estudiar los monumentos autóctonos diferenciadores; y encuentran en el mudéjar y el isabelino el estilo nacional, con lo que se recupera en los edificios de nueva planta; plazas de toros principalmente. Este es un estilo neomudéjar que utiliza motivos islámicos en la arquitectura, usa con profusión el ladrillo visto y los combina con la mampostería. Utiliza, también, el arco de herradura, el de medio punto, el lobulado y el apuntado, todo ello con una cierta sobriedad decorativa.
Arquitectos españoles importantes son Matías Laviña: restauración de la catedral de León, Aníbal Álvarez Bouquel, Narciso Pascual y Colomer (1808-1870): Congreso de los Diputados, palacio del marqués de Salamanca, hoy Banco Hipotecario, que tienden a lo isabelino. Más cerca del mudéjar están Emilio Rodríguez Ayuso, (1845-1891) que construye múltiples plazas de toros; Lorenzo Álvarez Capra, que hace la Virgen de la Paloma en Madrid; Juan Bautista Lázaro, que es un gran restaurador: Santa Cristina de Lena, San Miguel de la Escalada y la catedral de León; Francisco de Cubas, que construye la Almudena en Madrid y la parroquia de Santa Cruz; Joan Martorell, que hace el palacio del marqués de Comillas; y Federico Aparici: la basílica de Covadonga.
Con la Restauración, y el triunfo del absolutismo monárquico, aparece en España una arquitectura triunfalista y monumental de carácter ecléctico, que utiliza el hierro, cuyos máximos representantes son Agustín Ortiz de Villajos (1829-1902): hospital del Buen Suceso, teatros de La Comedia y María Guerrero, Eduardo Adaro: Banco de España, Banco Hispano Americano, Enrique María de Repullés: fachada cóncava de la Bolsa de Madrid, Fernando Arbós y Termanti: basílica de la Virgen de Atocha, Luis de Aladrén: fachada de la Diputación de Vizcaya, y Joaquín Rucoba: Ayuntamiento de Bilbao.
Pintura
La pintura romántica sucede a la pintura neoclásica de finales del XVIII, con unos nuevos gustos desarrollados por todas las facetas artísticas del Romanticismo como la literatura, la filosofía y la arquitectura. Está hermanada con los movimientos sociales y políticos, que ganaron cuerpo con la Revolución Francesa.
El término romántico, surgido en Inglaterra en el siglo XVII para referirse a la novela, fue adaptado a principios del siglo XIX a las artes plásticas, en contraposición al neoclasicismo imperante. El romanticismo en la pintura se extiende desde 1770 hasta 1870, prácticamente cien años, distinguiéndose tres periodos:
1. 1770-1820 o prerromanticismo
2. El apogeo del romanticismo pictórico se da, aproximadamente, entre 1820 (hay fuentes que señalan 1815) y 1850 (o, por adoptar una fecha simbólica, 1848).
3. 1850-1870 o tradición post-romántica
Cada uno de estos períodos posee sus particularidades en cuanto lugares en que se desarrolló o artistas que lo adoptaron.
Escultura
La formación rigurosamente sometida a los cánones emanados de la Academia de San Fernando, en Madrid, y de L'Escola de Llotja, en Barcelona, fue la responsable en gran medida de la pervivencia del clasicismo durante todo el siglo XIX, dando lugar en sus décadas centrales a una época confusa, de transición al realismo, que apenas dejó aflorar una escultura genuinamente romántica, marcada, cuando se dio, por una temática costumbrista, de interés apenas decorativo, caracterizada por la repetición y hasta cierta intrascendencia.
Vertebrada la escultura religiosa por la recuperación de las formas barrocas, donde se mejor se puede observar esta situación es en el retrato, que pasó de las formulas idealizadas propias del clasicismo académico al retrato realista típico de la Restauración sin que el romanticismo llegara a impregnar de forma significativa la práctica escultórica, generalmente volcada a satisfacer encargos oficiales destinados a decorar edificios administrativos.
Con todo, a partir de época isabelina es posible percibir ciertos cambios de actitud en algunos autores, interesados en dotar a sus figuras de más movimiento y también de una creciente expresividad, dando lugar a obras caracterizadas por cierto lirismo idealizado, a veces casi estereotipado, pero siempre al servicio de los nuevos valores del liberalismo.